La temática del blog es trazar un tópico mensual comentado por distintos autores y debatir posturas. Para hacerlo como correspode se recomienda fundamentar las posturas y en todo tener un apertura a la verdad. De esta manera no van a ser meras discusiones infructuosas sino verdaderas disputatio donde se clarifiquen idéas.

DEBATE DEL MES DE FEBRERO: "LA FILOSOFÍA, ¿PRAXIS O CONTEMPLACIÓN?"

¿Qué es la filosofía? ¿se puede definir? ¿Como la definen los grande pensadores? ¿Para qué sirve? ¿Sirve para algo?
Preguntas que surgen y resurgen una y otra vez a lo largo de la historia ¿Por qué?

viernes, 25 de febrero de 2011

REALISMO METODICO


“Aristóteles y Santo Tomás consideran la existencia del mundo exterior como evidente; no experimentan ninguna necesidad de pasar por el cogito. No porque el cogito no sea, también él, una evidencia, sino porque no condiciona nuestra certidumbre de la existencia del mundo exterior” (pág. 24, El realismo metódico, Gilson).

“En efecto, todo idealismo tiene su origen en Descartes o en Kant, o en ambos a la vez, y cualesquiera que sean sus notas individuantes, una doctrina es idealista en la medida en que, ora con relación a nosotros, ora en sí, convierte el conocer en condición del ser”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 63

“Formulada en los términos más sencillos, la cuestión se reduce a lo que se ha llamado ‘el problema del puente’. Ahora bien: como ha demostrado L. Noel en sus penetrantes Notes d’epistémologie thomiste (pág. 33), el problema así concebido resulta todo él de una imaginación espacial; se pone de un lado el objeto, del otro el conocimiento, y se pregunta cómo puede el objeto estar donde está y, al mismo tiempo, estar fuera de donde está, o sea, como suele decirse, en la conciencia; o cómo puede la conciencia, sin dejar de ser ella misma, salir de sí para trasladarse al objeto. NO TRASCIENDEN LA IMAGINACIÓN (jcm). Además, como L. Noel ha dicho también en términos definitivos, el pensamiento no supera este estado de la imaginación ingenua sino para meterse en un callejón sin salida, porque no se pueda pasar un puente si éste no existe; ahora bien: aquí no hay tal puente. El pensamiento que toma como punto de partida una representación no llegará jamás al otro lado: ‘El doble representante nunca nos permitirá remontarnos a la cosa. Desde el momento en que estamos en la inmanencia, el doble no es más que un término mental y nunca pasará de esto. El principio de causalidad no introducirá aquí modificación alguna: de un gancho pintado sobre una pared no se puede colgar más que una cadena igualmente pintada sobre la pared. La creencia y la afirmación dogmática la introducirá todavía menos: siendo esfuerzo interior, no puede hacernos salir de los límites de nuestra prisión’. (pág. 73)”. El realismo metódico. Etienne Gilson, págs. 64-65

“Renunciemos a la ilusión de un fuera y de un dentro, situémonos en el orden de lo inteligible en el punto indivisible donde se juntan las cosas y el espíritu, y podremos, sin sacrificar nada del uno ni de las otras, estudiar sus relaciones (Notes d`epistémologie thomiste, pág. 80)”. El realismo metódico. Etienne Gilson, Madrid, Rialp, 1974, pág. 68.

Cogito, ergo res sunt, es el cartesianismo, es decir, la antítesis exacta de lo que se considera como el realismo escolástico, y la causa de su ruina. Nadie se ha esforzado más que Descartes en tender un puente desde el pensamiento hasta las cosas apoyándose en el principio de causalidad; él fue, incluso, el primero que intentó hacerlo, porque se había obligado a ello al situar el punto de partida del conocimiento en la intuición del pensamiento; por consiguiente, puede afirmarse con absoluto rigor que todo escolástico que se cree realista porque acepta dicha posición del problema es en realidad cartesiano”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 65

“… es muy cierto que el Cogito me permite llegar al ser, e incluso, en cierto sentido, a un ser absoluto, porque el que yo piense no es la causa de que yo sea, sino que pienso porque soy; sin embargo, sigue intacto el problema de saber si, no siendo ser (real) el ser que yo capto más que por y en mi pensamiento, podré llegar por este camino a captar un ser (es decir, el ser real extramental) que no sea del pensamiento”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 66

“Se puede comenzar con Descartes, pero no se puede terminar sino con Berkeley o con Kant. Las esencias metafísicas tienen una necesidad interna, y el progreso de la filosofía consiste precisamente en adquirir una conciencia cada vez más clara de los contenidos de estas esencias. Tal fue el resultado de los esfuerzos de Descartes y de los cartesianos. La distinción real entre el alma y el cuerpo, afirmada por la Meditación sexta, dejó planteado el insoluble problema de la ‘comunicación de las sustancias’, y otra vez nos meteremos en este callejón sin salida, si volvemos a su entrada. Por consiguiente, para volver al realismo no basta con pararse en aquel que dio el primer paso por el camino del idealismo, porque sería preciso desandar a continuación, con sus seguidores, el camino entero (…) es el colmo de la ingenuidad comenzarlo de nuevo con la esperanza de obtener resultados contrarios a los que ha dado siempre, porque es de su esencia darlos”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 67

“Es evidente que yo pienso porque existo, pero no es evidente en modo alguno que yo piense las cosas porque las cosas existen; el ser absoluto que percibo inmediatamente en el Cogito no puede ser sino el mío, y ninguno más. Por consiguiente, tanto si la operación por la cual percibo un objeto como distinto de mí es una inducción mediata, como si es una captación inmediata, el problema es siempre el mismo; partiendo de un percipi no se alcanzará jamás otro esse, sino el del percipi”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 71-72

“Un más allá del pensamiento ni siquiera puede pensarse; esto no constituye sólo la fórmula perfecta del idealismo, sino también su sentencia de muerte; porque, para la filosofía, tan indispensable es lo no pensado como el pensamiento, y, si el entendimiento no puede salir de sí para ir a las cosas cuando parte del pensamiento, esto prueba que no es de allí de donde se tiene que partir”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 73. SI EL MÉTODO CONTRADICE LO EVIDENTE, debemos abandonarlo. No abandonar la evidencia en aras del método, sino al revés (jcm).

“… todo idealismo de tipo cartesiano, por cuanto identifica a priori el método filosófico con el de una ciencia determinada, acaba necesariamente vaciando la filosofía de todo contenido propio y se condena al ciencismo. No es un azar que, más allá de Comte y Littré, el idealismo haya acabado en esto, porque, desde el punto en que se toma un método científico como método filosófico, o bien los resultados que se obtienen son verdaderos, y serán científicos, o bien no son científicos, y no serán verdaderos. (…) Descartes, Kant, Comte, son otros tantos testigos de la impotencia del idealismo para pasar de la crítica a la construcción positiva; su intención de salvar la filosofía como ciencia distinta no es dudosa, y, sin embargo, cada uno de ellos fue seguido por una escuela que refutó su par construens en nombre de su misma par destruens. (…) a semejanza del catoblepo, toda filosofía idealista se devora los pies sin darse cuenta”. El realismo metódico. Etienne Gilson, págs. 75-77

“Descartes creyó al principio que su método salvaría todos los resultados conseguidos por la escolástica, sin ver que estos resultados estaban vinculados al método que los había obtenido. Por causa suya, y más allá de las conclusiones por él establecidas, lo real no ha cesado de dividirse en entidades imaginarias que sólo tienen apariencia de realidad. Toda cosa, al devenir en sí lo que es para el pensamiento abstracto, se disocia en una pareja de términos antinómicos que jamás podrá volver a unir toda la ingeniosidad de los metafísicos. Esta es la razón de que la filosofía moderna, en la medida en que no abdica en favor de la ciencia, parezca un campo de batalla donde luchan indefinidamente sombras irreconciliables: el pensamiento contra la extensión, el sujeto contra el objeto, el individuo contra la sociedad, todos ellos fragmentos desintegrados de lo real por el análisis disolvente del pensamiento, que en vano se esfuerza por reintegrarlos”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 77-78 Ensayo “paradoja de lo real” y su disolución por la dialéctica (jcm)

“… lo que hay que hacer es liberarse primero de la obsesión de la epistemología como condición previa para la filosofía. El filósofo, en cuanto tal, no tiene más deberes que ponerse de acuerdo consigo y con las cosas; ahora bien: no tiene razón ninguna para supone a priori que su pensamiento es condición del ser, y, por consiguiente, tampoco tiene ninguna obligación a priori de hacer depender lo que ha de decir acerca del ser de lo que sabe acerca de su propio pensamiento”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 78.

“No se trata, sin embargo, de renunciar a toda teoría del conocimiento. Lo que hace falta es que la epistemología, en vez de ser una condición de la ontología, se desenvuelva en ella y con ella, siendo al mismo tiempo explicadora y explicada, sosteniéndola y siendo sostenida por ella, como se sostienen mutuamente las partes de una filosofía verdadera. Recordamos haber oído al profesor A. N. Whitehead decir a sus estudiantes (…): ‘Cuando haya en vuestra teoría del conocimiento algo que no funciona, es que hay algo que no funciona en vuestra metafísica’. (…) Por consiguiente, el remedio para el idealismo no puede buscarse por la vía del idealismo; el único remedio posible es cambiar la metafísica. No se puede superar el idealismo oponiéndose a él desde su interior, porque no es posible oponerse a él de este modo sin haberlo acatado previamente; lo que hay que hacer es dispensarle de existir”. El realismo metódico. Etienne Gilson, pág. 79-80.

“El saltus mortalis que precipita a la doctrina en el abismo de sus consecuencias es anterior a la doctrina misma, y el idealista puede justificarlo todo con su método, excepto a sí mismo, porque la causa del idealismo no es idealista, ni está siquiera en la teoría del conocimiento: está en la moral”

martes, 17 de febrero de 2009

La filosofia (Etienne Gilson)

La filosofía, según el significado de su nombre, es amor a la sabiduría. Filosofar, portanto, es buscar la sabiduría a través de un esfuerzo estable de reflexión, que en sí mismo implica requisitos éticos definidos; porque nadie puede, al mismo tiempo, filosofar y llevar un modo de vida incompatible con el pensar filosófico. (...) La vida de un filósofo es un esfuerzo constante por adquirir la sabiduría.

Pero ¿qué es la sabiduría? Según la definición clásica, es el conocimiento de los primeros principios y de las priemras causas. Por supuesto, también incluye el conocimiento de muchas otras cosas; pero, en la medida en que utiliza su sabiduría, un sabio conoce todo lo demás como incluido en los primeros principios y las primeras causas, o al menos en relación con ellos. Todos tenemos alguna experiencia de lo que esto quiere decir. Hay cosas que conocemos porque las recordamos, y hay otras que conocemos, no porque nos acordemos de ellas, sino porque concoemos algunas otras por las cuales podemos encontrarlas siempre que las necesitemos, sin recargar nuestra memoria con detalles innecesarios. Cada vez que nuestra inteligencia logra en esa forma reemplazar el conocimiento mismo por algunos de sus principios y de sus causas, está en el camino hacia la sabiduría. De hecho, ya ha encontrado la sabiduría, al menos parcialmente (...).

Si esto es verdad, la filosofía es menos un saber que una vida dedicada a la búsqueda de determinado saber, la sabiduría. Es una ocupación peculiar y que dura toda la vida. Por esto hay tan pocoso filósofos, entiendendo por filósofos hombres cuya vida entera está total y finalmente dedicada a la tarea de alcanzar la sabiduría. Es cierto que a la mayoría de los hombres les encanta decir, de vez en cuando, que ellos también son filósofos. Y lo son, a su modo, en la medida en que, a través de una larga experiencia de las cosas y de los hombres, más una cierta dosis de reflexión, han llegado a algunas conclusiones generales que llaman su filosofía. Sin embargo, no son filósofos, precisamente porque su así llamada filosofía ha surgido espontáneamente de sus vidas, mientras que la vida de un filósofo está completamente dedicada a la conquista de la sabiduría. Si se es filósofo, no se peude hacer nada más que filosofar; o si se hace algo más, se hará en vistas a asegurar la libertad que se necesita para filosofar. Espero no asombraros si digo, para aclarar mejor lo que quiero expresar, que incluso los profesores de filosofía no son filósofos. Puede ser que algunos lo sean, pero no todos, no siempre. (...)

La vida filosófica se asemeja al enamoramiento, o a la respuesta a la llamada de una vocación, o a la experiencia transformadora de una conversión. (...) No se puede ser creador en filosofía a menos que se sea un verdadero filósofo; pero se puede ivir y morir isendo un verdadero filósofo sin haber creado nada en filosofía. Sin genio creador, un gran filósofo será siempre por lo menos un filósofo. Pero la diferencia que estoy tratando de describir se halla menos en una cualidad excepcional de la mente que en el deseo de alcanzar una possión activa y personal de la verdad filosófica. (...)

Un verdadero iflósofo número oes sino un hombre que ama la sabiduría por sí misma, porque amarla en razón de alguna otra cosa es ser un amante, no de la sabiduría, sino de alguna otra cosa. (...) La filosofía se vuelve impura tan pronto como es animada por cualquier otro motivo que no sea la voluntad de conocer las cosas exactamente como son y de, conociendo la verdad, darle una expresión adecuada. (...) La vida intelectual, entonces, es “intelectual” porque es conocimiento, pero es “vida” porque es amor.


El amor a la sabiduría, Otium, 1979

jueves, 12 de febrero de 2009

¿Qué es la filosofía? (Gilles Deleuze)

Cuando alguien pregunta para que sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía.
Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene un uso: denunciar la bajeza en todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la de filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin?. Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las victimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo, afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral, y la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios.¿quien, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto?.
La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Y , a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que quisieran...pero ¿quién a excepción de la filosofía se lo prohibe?

El Misterio y La Filosofía*( Josef Pieper)

No va a hablarse aquí de lo que la filosofía o determinados filósofos opinan sobre el tema especial del “misterio”. De lo que se trata es del concepto de filosofía y del filosofar en cuanto les es propio una cierta relación con lo misterioso.

En los tiempos culminantes de la conciencia filosófica, que desde luego parece que están tocando a su fin, alguna vez se olvidó que el concepto de filosofía y del filosofar son, desde el principio, unos conceptos más bien negativos, por lo menos se interpretaban más como negativos que como positivos. No necesito entrar aquí con detalle en la conocida historia de Pitágoras. Según una antigua leyenda fue este gran maestro del siglo VI antes de Jesucristo quien empleó por primera vez la palabra “filósofo”: sólo a Dios se le puede llamar sabio: el hombre, en el mejor de los casos, puede ser un amoroso buscador de sabiduría. También Platón habla de la contraposición entre sabiduría y filosofía, entre “sophos” y “philosophos”. En el Fedro pone en boca de Sócrates: Solón y Homero no deben ser llamados “sabios”, “eso me parece a mí, oh Fedro, demasiado grande, eso es algo que sólo corresponde a un Dios; sin embargo, llamarles filósofos me parece correcto y adecuado”. Y en el Convite Diotima pronuncia unas palabras que expresan los más profundos pensamientos platónicos formulados de forma negativa: “Ninguno de los dioses filosofa”.
Ahora bien, ¿qué significa todo esto más que la filosofía y el filosofar desde un principio fueron entendidos como algo que no es “sophía”, que no es sabiduría, no es conocimiento, no es comprensión, no posesión de la verdad?
Esta manera de pensar no es una particularidad pitagórico-platónica. En efecto, Aristóteles, fundador de un filosofar crítico-científico, sigue por el mismo camino, por lo menos en lo que se refiere a la metafísica, la más genuina disciplina filosófica. Y Tomás de Aquino, en su magistral comentario a la Metafísica de Aristóteles, sigue de forma escrupulosamente fiel la opinión del genial griego cuando dice: la verdad metafísica sobre el ser, tomada en sentido estricto, no es una posesión que corresponda al hombre (non competit homini ut possessio), no es adquirida por el hombre como propiedad sino como algo dado en préstamo (sicut aliquid mutuatum). Tomás añade a esto un fundamento especulativo de una profundidad apenas alcanzable; aquí lo único que podemos hacer es simplemente enunciarla. Escribe lo siguiente: la sabiduría no puede ser una propiedad del hombre precisamente porque es buscada en razón de sí misma; aquello que podemos poseer plenamente no nos puede proporcionar la satisfacción de ser deseado por sí mismo; “únicamente es buscada por sí misma aquella sabiduría que no es susceptible de ser tenida por el hombre como posesión”.
No se trata de que, en opinión de Aristóteles y de santo Tomás, el hombre se vea sin ninguna relación y separado de la “sophía”. La cuestión filosófica incide precisamente en la sabiduría; el filosofar consiste precisamente en inquirir los más profundos fundamentos del conocimiento. Ahora bien, y esto hay que decirlo de la manera más rotunda, nosotros no solamente no poseemos tal conocimiento sino que, por principio, nos está descartado poseerlo y, por tanto, tampoco lo poseeremos en el futuro; por el contrario, indudablemente estamos en condiciones de tener respuestas a las cuestiones de cada ciencia en particular (sin embargo, tales respuestas no nos pueden proporcionar la satisfacción de ser buscadas “por sí mismas”). La esencia de las cuestiones filosóficas consiste en indagar la última esencia, el significado extremo, la raíz más profunda de una realidad. El modelo de una auténtica cuestión filosófica es: ¿cuál es el “último y decisivo fundamento” del hombre, de la verdad, del conocimiento, de la vida? Las preguntas de este tipo, de acuerdo con su propia naturaleza, apuntan hacia una respuesta que pretende y contiene plenamente la esencia de aquello por lo cual se pregunta; estas preguntas requieren unas respuestas en las cuales, como dice santo Tomás (cuando define lo que es “comprender”) la cosa es “reconocida hasta tal punto que llega a ser reconocida en sí misma”. Dicho con otras palabras: la respuesta adecuada a una cuestión filosófica tendría que ser una respuesta que agotase por completo al objeto, en ella tendría que agotarse la cognoscibilidad de la realidad por la cual se pregunta de tal modo que ya no quedara nada cognoscible, sino que todo fuese ya conocido. Digo que esto sería una respuesta “adecuada” a una cuestión filosófica; “adecuado” significa aquí que la respuesta corresponde formalmente a la pregunta; pero recordemos que la pregunta se refiere a la última esencia y a las más profundas raíces de una realidad. La cuestión filosófica, de acuerdo con su propia naturaleza, pugna por una respuesta del conocimiento en sentido estricto. Pero resulta que, como diría santo Tomás, no estamos en condiciones de comprender nada, a no ser que se trate de nuestra propia obra (en tanto en cuanto y hasta el punto en que se trata realmente de nuestra propia obra: ¡el mármol, por sí mismo, no es obra del escultor!).
Todo lo que llevamos dicho nos hace comprender que, por su propia naturaleza, la cuestión filosófica no puede ser contestada al mismo nivel con que se plantea. En este sentido Platón, Aristóteles, san Agustín y santo Tomás están en total acuerdo con la gran tradición de todo el género humano. Sería una aberración racionalista frente a la “philosophia perennis” querer soslayar este elemento negativo en el concepto original de filosofía. Echemos de nuevo una mirada a la tradición de la “philosophia perennis” para ver si en ella se mantiene esta extraña y tal vez irritante aseveración.
Expresado de una manera solemne y por así decirlo poco aristotélica, Aristóteles dice que la cuestión del ser “en todos los tiempos, ahora y siempre” está abierta. Esta frase de la Metafísica es comentada sin la más mínima objeción por santo Tomás, y no sólo esto sino que hace la formulación suya. Él mismo dice, por ejemplo: El esfuerzo de todos los filósofos no ha conseguido aún vislumbrar la esencia ni tan sólo de un mosquito. Con mucha frecuencia vuelve a la frase en la Summa theologica y en las Quaestiones disputatae de veritate: no conocemos las diferencias esenciales entre las cosas; lo cual quiere decir que no conocemos las cosas en sí mismas; y ésta es la razón por la cual no les podemos dar nombres especiales. Santo Tomás habla incluso (le la “imbecilitas intellectus nostri”, de la idiotez de nuestro espíritu que no alcanza a “leer” en las cosas naturales lo que en ellas se manifiesta acerca de Dios.
Parece realmente que santo Tomás no solamente estableció, en una formulación extrema, el fundamento de una theologia negativa (“el máximo conocimiento que el hombre puede alcanzar de Dios es saber que no conocemos a Dios porque sabemos que la esencia de Dios está por encima de todo lo que de Él conocemos”), sino que también estableció el principio de una philosophia negativa (cuyo enunciado en palabras, desde luego, se presta fácilmente a ser interpretado de forma errónea y a abusar de él, más aún de lo que sucede con la teología negativa).
Esta particularidad esencial que concurre en una cuestión filosófica —el inquirir una respuesta que no se puede dar de forma adecuada— constituye una diferencia respecto a las cuestiones que se plantean las ciencias exactas. Las ciencias particulares tienen, por principio, una relación con su objeto completamente diferente. Según su propia naturaleza, las ciencias particulares formulan sus cuestiones de tal forma que pueden ser adecuadamente contestadas o, al menos, no son por principio incontestables. Un día la ciencia médica sabrá definitivamente cuál es el origen del cáncer. Sin embargo, la cuestión de la esencia del conocimiento, del espíritu, de la vida, la cuestión del significado último de todo este mundo maravilloso y terrible, todas estas cuestiones no podrán jamás ser contestadas filosóficamente de forma definitiva, a pesar de plantearse filosóficamente. En la genuina cuestión filosófica se inquiere expresamente el conocimiento de la causa suprema (en cuya esencia consiste, como dice santo Tomás, simplemente la sabiduría); sin embargo, la filosofía seguirá estando a la búsqueda, permanecerá en el camino, mientras el hombre y la propia humanidad estén también en el camino, en “statu viatoris”. Así pues, la pretensión de haber encontrado la “fórmula del mundo” puede calificarse, sin ningún reparo, de no filosófica. Forma parte de la esencia de la filosofía el no poder ofrecer nunca un “sistema cerrado”, “cerrado” en el sentido de que en su seno pueda incluirse adecuadamente la realidad del mundo.
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¿Qué ocurre con este elemento “negativo” de la filosofía cuando se trata de la filosofía cristiana? Es sabido que, según una opinión bastante difundida, la filosofía cristiana supera realmente a una filosofía no cristiana por el hecho de que la filosofía cristiana puede ofrecer respuestas rotundas y definitivas.
Sin embargo, esto no es así. Desde luego la filosofía cristiana presenta realmente alguna ventaja, o está en condiciones de presentarla. Sin embargo, ello no es por el hecho de que disponga de respuestas concluyentes y definitivas sobre cuestiones filosóficas. ¿En qué consiste, pues? Garrigou-Lagrange dice en su bello libro sobre el sentido del misterio que precisamente una característica diferencial de la filosofía cristiana no es disponer de soluciones concluyentes sino de tener en más alto grado que cualquier otra filosofía el sentido del misterio. Preguntémonos una vez más en qué consiste esta diferencia: ¿cómo se puede dar una superioridad en la filosofía cristiana, si ni siquiera ésta puede ofrecer una solución definitiva a los problemas?
Pues bien, la superioridad de la que aquí se trata consiste en un mayor grado de verdad. El mayor grado de verdad radica en descubrir que el mundo y el propio ser es un misterio y, por tanto, inagotables. Cuanto más profundamente se reconozca la estructura de la realidad, tanto más claramente se verá que la realidad es un misterio. Ahora bien, el fundamento de esta inagotabilidad es éste: el mundo es creación, es una criatura; es decir, reconoce su origen en el reconocimiento incomprensible y creador de Dios. El hecho de ser fruto del conocimiento creador divino como propiedad de todo lo existente —lo cual supera de forma absoluta e infinita todo conocimiento humano— es lo que da ese carácter a los seres que se manifiesta de forma tanto más convincente cuanto con mayor profundidad se los considere. Y así se entiende que la experiencia muestre a la realidad, en cuanto criatura, inagotable, conociéndola y comprendiéndola mucho más profundamente que en un lúcido y aparentemente cerrado sistema de tesis.
Pero al retrotraerse a la verdad teológica ¿no resulta posible la solución definitiva? Frente a esta pregunta se puede formular la contrapregunta de si el sentido de la Teología, por así decirlo el sentido sagrado, no impediría al pensamiento humano encontrar soluciones que tal vez en su abstracta penetrabilidad supongan una poderosa tentación y confusión, pero que no estén de acuerdo con las misteriosas y múltiples estructuras de la realidad. Este “impedimento”, que en realidad es un gran regalo, hace que la filosofía cristiana no sea mentalmente comprensible; se podría más bien decir que precisamente la complicación que aquí surge es una nueva característica diferencial de la filosofía cristiana. Cuando santo Tomás se retrotrae a los argumentos teológicos no lo hace con objeto de posibilitar soluciones definitivas sino de romper las barreras metodológicas que limitan lo “puramente filosófico” y de introducir el auténtico ímpetu de las cuestiones filosóficas, por encima de la aporía del pensamiento natural, en el terreno del misterio.
Al hablar de misterio no se significa desde luego en modo alguno algo exclusivamente negativo, no se refiere sólo a la oscuridad. Bien mirado, misterio no significa en absoluto oscuridad. Significa luz, pero una luz de tal plenitud que el conocimiento humano y el lenguaje humano no la pueden “percibir en su totalidad”. Misterio no significa que el esfuerzo del pensamiento choca contra un muro, sino por el contrario que este esfuerzo se atreve a penetrar en aquello que no se puede abarcar con la vista, en el espacio ilimitado en anchura y profundidad de la Creación.
Así pues, la aspiración y la ventaja de la filosofía cristiana se apoya en que se siente llamada a conseguir una visión más profunda tanto en la plenitud de la verdad como en la inagotabilidad de la misma. Cuanto más profunda sea la penetración en la plenitud, tanto más profunda será la visión de la inagotabilidad. La convicción de la insuficiencia del conocimiento humano crece en la misma medida que este mismo conocimiento.
La ciencia puede establecer, por sí misma, límites en el terreno del conocimiento positivo. Sin embargo, la filosofía, cuya naturaleza es cuestionarse las raíces de lo real y con ello penetrar en la dimensión de su carácter de criatura, se enfrenta formalmente con lo incomprensible, con la criatura en cuanto misterio.



* Publicado en Folia Humanistica, XVIII, nº 207; marzo, 1980.

Contestación a la nada hegeliana

Estimado "Anónimo", no creo estar a la altura de sus sólidos argumentos y erudita inteligencia, pero como moderador de este blog, me veo obligado (o tentado mas bien) a responder.
Quisiera antes que todo (si su humildad se lo permite) sacarlo de un menudo error: el señor Michele Federico Sciacca no es un "tomista" tal como parece entender usted. Es un "reconocido" agustiniano italiano.
Respecto a la corta inteligencia de los "tomistas" y del mismísimo "gordo monje" Santo Tomás de Aquino no cabe mucho que decir. Yo le aconsejaría leer al menos una décima parte de todo lo que han escrito. El hecho de no estar de acuerdo con su pensamiento no lo autoriza a poner en duda sus brillantes mentes. Estoy seguro que usted está hablando a boca de jarro sin conocer aquello que al mismo tiempo está criticando.
Un consejito acerca del "misterio barato" que quieren vender esos "pseudofilósofos": Ese misterio es un acto de humildad frente a la connatural pero inabarcable Verdad. Reconocer el misterio es el primer paso de quien se sabe ignorante frente la majestad infinita que todo filosofo desea conocer y amar. ¿No le parece dudoso que una sola persona haya podido lograr lo que no pudieron millones en miles de años? Yo que usted, "sr. nada hegeliana", me adentraría con cuidado en cualquier sistema filosófico que cierre perfectamente encajando cada cosa en un lugar específico. Con esto no estoy negando ni el orden ni la filosofía perenne, al contrario, me limito a entender (o intentar entender) a todos aquellos filósofos que reconociendo su pequeñez y la de todos los hombres, parten del misterio para llegar a la dulce y larga verdad, saboreando una punta de ella y sorprendiéndose, a la vez que enamorándose, de su inabarcable extensión.
¿que aburrido sería la labor del filósofo (si es que se me permite llamarla labor) si tan facilmente se consiguiera poseer a la verdad. En vano habrían renunciado a llamarse "sabios" los primeros filósofos griegos para luego denominarse amigos o amantes de la sabiduría.
Perdone mi atrevimiento, pero me niego a aceptar una filosofía que desnude a la siempre virgen y misteriosa verdad.
A mi juicio se me figura que le dan el papel de "prostituta" cada vez que pretenden posesionarla. La manejan como quieren, la desnudan, la pintan a su antojo, la usan para acumular adeptos y prestigio para luego olvidarla desprotegida allí en las oscuras calles de la historia al asecho de otro bandido que se hace llamar su amigo para conseguir lo mismo que su tenebroso antecesor. Y asi, querido amigo, van transcurriendo los déspotas de la Verdad. Ellos pasan, Pero detras suyo siempre habrá quien tenga ansias de prostituir a la virginal verdad.
Por lo que respecta a mi, la prefiero virge, misteriosa, inabarcable, divina. Ella sabe frente a quien desnudarse. Ella prefiere a los humildes que con sincera inclinación buscan conocerla y amarla sabiendo respetar sus tiempos y misterios.
Para terminar dejo esta tosca poesía fruto de una tarde de lecturas tan deprimentes como la de su comentario.

Veritas

Quién eres y de dónde vienes?
Me pregunto al escucharte.
Verdad te llaman hay quienes,
y no dudo hoy en hablarte.

Dicen que virginal te es propicio,
pero contra ellos objeto,
porque este mundo te ha puesto,
de prostituta el oficio.

Divina insinúas que te nombre,
pero no es el modo en que te tratan,
puesto que dueño de ti se percata
orgulloso cada hombre.

Inmutable han de ser tus proclamas
según lo pensó el Aquinate,
mas esto es un disparate,
ciclotímica el mundo te aclama.

Reivindicarte en este poema quisiera,
iluso aún creo en las hadas,
pero ni a fueza de espada
te salvo de esta miseria.

lunes, 9 de febrero de 2009

LA INÚTIL FILOSOFÍA (Michele Federico Sciacca)





¿Quién, por lo menos una vez en su vida, no ha repetido, aunque sea en chanza, el dicho vulgar de que la filosofía “es esa cosa con la cual y sin la cual se queda uno tal cual”? No lo dijo en chanza, sin embargo Aristóteles. ¿Pero cómo? ¿Para Aristóteles la filosofía es esa cosa con la cual y sin la cual se queda uno tal cual? Por cierto que si; en efecto, para el es la única ciencia verdaderamente “inútil”, o sea que tiene su fin en sí misma; la ciencia que “no sirve”, justamente porque no es medio sino fin; la única absolutamente “desinteresada”, no empírica sino contemplativa. Filosofía es amor a la verdad, desprovista de cualquier fin extrínseco y extraño a la búsqueda de la verdad. Cuando se dice que la filosofía no “sirve”, que “no es útil”, y expresiones análogas, se piensa ofenderla (¡qué groseros son a menudo los hombres!) y en cambio se está tejiendo su mas bello elogio. Su gran nobleza reside justamente en ser fin de sí misma, en tener como objeto la verdad pura sin reparar en otra cosa; de todas las ciencias, es la única verdaderamente “liberadora”; de todos los hombres, el filósofo es el único verdaderamente “libre”. Todo para él se convierte en medio, todo “sirve”; sólo la filosofía es fin, sólo la verdad “no sirve”; y él pertenece a la verdad: a nadie más, a ninguna otra cosa. Una búsqueda filosófica que pudiera servir a algo extraño a la pura busca de la verdad en sí no sería ya un “filosofar”, sino una traición a la filosofía. La verdad que se convierte en medio de un fin que no sea ella misma es una verdad ofendida, vilipendiada, desconocida, subordinada a algo que le es absolutamente inferior ( aunque sean todos los bienes juntos de la tierra), convertida en esclava de un amo –sea este un trono o un tesoro- que es siempre su siervo.
Considérese al artista, al que lo es verdaderamente ( no al pseudoartista que saca provecho del arte): contempla y canta, esculpe, pinta. “contempla” un bello jardín lleno de flores y expresa esa belleza –que es su belleza- en un soneto, en un cuadro, en una página musical. ¿estudia acaso si las plantas son criptógamas o fanerógamas? No, porque si actúa como artista no lo hace como botánico. ¿Calcula talvez la extensión en áreas del jardín? No, porque el artista no es geómetra ni topógrafo. ¿Piensa por ventura a qué precio podría vender las bellas rosas y las perfumadas gardenias? No, porque si es artista (¿no hay duda, verdad?) no es comerciante. Contempla la belleza pura, desinteresada, libérrimo y libérrimamente.
Así es el filósofo, el gran poeta de la verdad, que sondea, insomne y alerta, el misterio del cosmos humano y natural. Contempla la verdad, se abandona a ella, se hunde en ella, y no se preocupa de otra cosa: la ama como verdad, libérrimamente. ¿Y qué otra cosa podría importarle? ¿Qué hay que sea más que la verdad o como la verdad? Él, que se ha hecho humilde estudiante de la verdad, es el gran señor del mundo, el aristócrata del espíritu, patrón de todas las cosas porque las mide desde su altura y a todas las encuentra de bien pequeña estatura comparadas con la verdad. ¿Cómo podría atacarse, interesándolo en las cosas del mundo, a quien como el filósofo está en un coloquio con lo infinito, con lo eterno? “Vive en las nubes”, se dice. ¿Y no! Mas arriba aun, porque el pensamiento tiene alas mas robustas que las del águila y es capaz de vuelos mas potentes. El filósofo tiene los pies sobre la tierra, pero la tierra no lo tiene; por eso es libre: porque de nada es súbdito, excepto de la verdad, que es celes.
Si la filosofía no diera al hombre nada mas que el sentido de su libertad respecto de todas las cosas terrestres, del culto desinteresado de la verdad, de la búsqueda que no está dirigida a fines prácticos y contingentes, sería ya grandísimo y nobilísimo su magisterio. Por eso la enseñanza de la filosofía es de por sí una escuela, es tal vez y sin mas la Escuela. Esa enseñanza da (como no puede hacerlo ninguna otra disciplina, a parte de la religión cristiana) el sentido de la superioridad del espíritu sobre el cuerpo, de los valores espirituales sobre los de cualquier otra especie; el sentido de la dignidad y nobleza del hombre; esa señoría del espíritu que hace encontrar necias y zafias las mas refinadas elegancias mundanas y despreciable toda forma de apego a los bienes contingentes, ya sea estos reinos e imperios, feudos y castillos o chozas miserables. La filosofía es esencial moralidad, es búsqueda honesta, recta, sincera, humilde, y desinteresada de la verdad; es sumisión y renuncia; por eso es elevación y sublimación, purificación y ascesis, liberación. Luego, es formadora de hombres; es formadora de espíritus; es catarsis; en efecto, es una continua batalla contra el hombre empírico –el pobre hombre- y un esfuerzo en pro de la victoria sobre el hombre empírico, sobre nuestras caducidades y miserias. Esencialmente moral, es esencialmente educativa. Inútil como arte práctica, es la gran maestra que nos libera del peso de las muchas cosas inútiles (¡OH inutilidad de tantas cosas que se dicen útiles!) para restituirnos a nosotros mismos, a nuestro espíritu, cuya conquista es el único negocio del hombre, la única cosa que en verdad le es útil porque es la única salutífera.
Sin embargo es a la maltratada e “inútil” filosofía (a la que no le han sido ahorradas la irrisión, la corona de espina y la cruz), es a ella, cuando el mundo se ve acometido por acontecimientos excepcionales que sacuden su estructura y a veces hasta amenazan su existencia, que todos se vuelven, y es el filósofo de quién esperan el verbo que venza las fuerzas oscuras y vuelva las cosas a su orden. Arrecia una revolución. ¡bueno! ¿qué piensan los filósofos? ¿no podrían poner la cabeza sobre el cuello a cuantos tienen el cuello sobre la cabeza? Una guerra sacude, trastorna y aniquila. ¿Por qué la filosofía no logra que razonen con el cerebro y también con el hígado y la hiel? ¡extraña suerte la de la filosofía! Todos la consideran inútil y todos, en los momentos difíciles, se vuelven hacia ella; hasta quienes ignoran su nombre lo hacen oscuramente, casi instintivamente. ¿Por qué no piden al arte el curalotodo? ¿por qué no invocan la panacea de la ciencia? No, apelan a la filosofía. Es la suerte –extraña sólo en apariencia- de todas las rarísimas cosas verdaderamente grandes y noble, de las cosas olvidadas. Fijaos en lo que ocurre con la Iglesia: nos acordamos de la Iglesia en los momentos difíciles (tronos que se inclinan a los pies de Pedro; laicos –“los laicismos de la bonanza y los negocios turbios”- que llaman a las puertas vaticanas); nos acordamos de Dios cuando la preciosísima “piel” está en peligro. Y luego, ¿Quién piensa en Èl hasta la próxima preocupación? No hay nada que decir: es la suerte noble y sublime de todas las rarísimas cosas verdaderamente magnánimas, desinteresadas, pródigamente generosas, despreocupadas de la gratitud o de los reconocimientos. Dan, dan, dan; dan a los hombres zapatos con qué recorrer durante siglos los caminos del mundo; les dan la guía para no extraviar el espíritu en los meandros oscuros de la materia y de la bestialidad. No piden nada, salvo amor hacia aquello que aman: la verdad. Se sacrifican sin aparecer, gozando del sacrificio como de su mas bella recompensa, sin pensar en el éxito, antes bien, seguras del fracaso. Por eso son ellas –la filosofía y la religión cristiana- las únicas escuelas de sacrificio heroico, las dos grandes maestras de vida espiritual. Bellas en su sacrificio ignorado o mal conocido, se embellecen con el auténtico martirio, con el ser víctimas de la verdad. Por eso hacen al alma bella y buena y por eso son la Escuela de que los hombres tienen siempre tanta, tanta necesidad.
Escuela insomne y perenne, que no cierra jamás las persianas, que no conoce vacaciones y en donde, por mucho que se haya aprendido, se ha adquirido siempre poquísimo, una nonada. ¡claro que no es fácil despojarse de lo “particular” propio y vivir de amor desinteresado de la verdad! ¡Se habla fácilmente de dar golpes de sonda en el infinito! Se resuelve el problema y al hacerlo se aprehende una verdad; luego otra, mas tarde otra mas, y así sucesivamente. Siempre poco, poquísimo, una nonada. El “inútil” filósofo está siempre atareado: nunca lo encontraréis desocupado, porque jamás está satisfecho. A él no se le consiente en acodarse a la ventana y dormir su siesta en pantuflas. El “inútil” filósofo, jamás está ocioso: lleva dentro de sí mismo los utensilios de su propio trabajo; el pensamiento, la fragua que difícilmente puede silenciarse; el arsenal cuya jornada infinita resuena siempre con un nuevo trabajo. ¿Por qué? Ante todo, porque tiene siempre su cabeza consigo (“oh, si los hombres tuviesen siempre la cabeza consigo y no la mandaran, como a menudo hacen, de recreo por su cuenta”); y luego, porque su cabeza piensa. Y pensar es buscar, cavar, sondear; es el agobio de la duda y el tormento de la solución: tal la grandeza y la dignidad del hombre. Por eso es dinamismo del pensamiento, es vida del espíritu.
¡Gran maestra la filosofía y profundamente educativa su esencia! No es de temer que en su escuela el cerebro se aherrumbre y se convierta en un “inútil” hierro viejo. ¿conocéis por ventura una disciplina mas “útil que aquella con la cual y sin la cual se queda uno tal cual?

(extraído de “La filosofía y el concepto de la filosofía, Michele F. Sciacca. 1955, edic. Troquel)